En los largos turnos y el constante contacto con el sufrimiento humano a menudo me dejaban con una sensación de impotencia. Deseaba poder hacer más por los pacientes, aliviar no solo su dolor físico, si no también su angustia emocional.

Un día, mientras cuidaba a un anciano, noté que tarareaba una melodía suave. descubrí el amor por la música y cómo lo había ayudado a superar momentos difíciles. Inspirada por su historia, comencé a llevar mi guitarra al hospital.

Al principio, tocaba suavemente en las habitaciones, melodías tranquilas para calmar a los pacientes ansiosos. Pronto, me dí cuenta del poder transformador de la música. Los pacientes, incluso aquellos que parecían desconectados del mundo, respondían a las melodías. Sus rostros se suavizaban, sus cuerpos se relajaban y, por un momento, el dolor parecía desvanecerse.